En los años 40 el Ejército de Estados Unidos llevó a cabo un estudio en el que un grupo de objetores de conciencia de 22 a 33 años se sometieron voluntariamente a una serie de restricciones alimentarias. Las consecuencias físicas, cognitivas, emocionales, sociales y sexuales sobre los participantes recuerdan mucho a los síntomas de los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA)
Uno de los primeros estudios que investigó las consecuencias del hambre por efecto de la dieta en personas sanas fue el Experimento Minnesota. Fue realizado por Ancel Keys y su equipo del 19 de noviembre de 1944 al 20 de diciembre de 1945. El objetivo era analizar los efectos fisiológicos y psicológicos debidos a una fuerte restricción calórica y poder encontrar una manera eficaz para la recuperación. Estos resultados podrían ayudar a solucionar la situación de hambruna del final de la II Guerra Mundial y a regular la ayuda de los EEUU al resto de países a través del Plan Marshall.
Participantes
Varones objetores de conciencia que no querían ir a la guerra de Corea. Para participar en el estudio se les pedía que estuvieran a dieta estricta durante 6 meses y que permitieran que se les hicieran pruebas médicas durante 1 año. Se presentaron 400 voluntarios de los cuales se seleccionaron 36 varones de edades comprendidas entre 22 y 33 años. Los criterios de selección fueron: salud física y psicológica, capacidad para funcionar en grupo en situaciones de privación y compromiso con el proceso.
Fases del estudio
- Fase 1ª o de control inicial. El objetivo era que los participantes alcanzaran su peso ideal, para ello se incluyó una dieta de aproximadamente 3.200 calorías, según el caso para alcanzar el objetivo de la fase. La duración fue de 12 semanas y al terminarla se recogieron los datos tanto físicos como psicológicos.
- Fase 2ª o de hambruna. El objetivo era que los participantes redujeran un 25% su peso inicial. La dieta se ajustó de forma individual para que eso sucediera siendo la ingesta en torno a 1.560 calorías. Los alimentos eran los habituales en situaciones de posguerra (patata, nabos, macarrones y pan negro). Además, cada participante caminaría 35 km cada semana y llevaría un diario. La duración de esta Fase 2ª fue de 24 semanas.
- Fase 3ª o de recuperación. El objetivo era alcanzar la normalidad de peso. Para ello, se emplearon diferentes dietas, variando las calorías, aportes proteínicos y suplementos vitamínicos. La duración fue de 12 semanas.
- Fase 4ª o última. Se eliminaron las restricciones sobre la ingesta, aunque se siguió registrando lo que comía cada uno y se seguían tomando datos sobre su estado físico y psicológico.
Conclusiones
Una de las cuestiones más llamativas de este estudio es que los participantes empezaron a tener conductas muy similares a las que tienen las personas que padecen TCA. Analicemos estos cambios.
- Cambios alimentarios. Preocupación constante por la comida: pensaban, hablaban, leían sobre comida todo el día (también soñaban con comida). Presentaban una ambivalencia entre querer comer de forma impulsiva y comer despacio para que la comida les durase más. Empezaron a realizar rituales: diluían los alimentos en agua para que pareciera que comían más; cogían comida del comedor para comerla a escondidas; incrementaron de forma significativa el consumo de café, té y chicles. Muchos perdieron el control de su apetito y comían más o menos constantemente o preferían tener sensación de hambre todo el tiempo. Algunos experimentan atracones y náuseas y vómitos. Las alteraciones en la forma de comer se mantuvieron más de 8 meses después de iniciarse la Fase 3ª o de recuperación. Algunos participantes, además, coleccionaban recetas de cocina, utensilios (platos, tapaderas…) y se interesaron por la producción agroalimentaria. El interés les influyó de tal forma que tres de ellos se convirtieron en chefs de cocina y uno en agricultor.
- Cambios físicos. Experimentaron anemia, fatiga, dolores de cabeza, problemas gastrointestinales, trastornos de sueño, edemas (hinchazón de piernas por acumulación de líquidos), disminución de la fuerza, pérdida de cabello, hipersensibilidad al ruido y a la luz, trastornos en la vista y el oído, hormigueos en manos y pies… Además, las pruebas médicas demostraron que les había disminuido la temperatura, el ritmo respiratorio, el latido cardíaco y su metabolismo basal había descendido un 40% de los niveles normales.
- Cambios cognitivos. Sufrieron dificultades de concentración y comprensión, así como un incremento del estado de alerta. La pruebas determinaron que sus capacidades intelectuales se mantuvieron.
- Cambios emocionales. Manifestaron un incremento del estrés, irritabilidad, impaciencia, apatía e incluso, algunos de ellos padecieron depresión y trastornos psicóticos. Varios empezaron a morderse las uñas o a fumar y abandonaron su higiene personal. Estas alteraciones no desaparecieron inmediatamente después de la Fase 3ª o de recuperación, sino que continuaron varias semanas.
- Cambios sociales. Aunque todos tenían buena disposición a las relaciones sociales, empezaron a pasar tiempo aislados. Su sentido del humor disminuyó y también lo hicieron la camaradería. Por otro lado, cabe destacar que la sensación de sentirse fuera del grupo aumentó.
- Cambios sexuales. Su interés por estar con sus parejas disminuyó de forma notable, del mismo modo descendieron las fantasías, las masturbaciones y las prácticas sexuales.
Las dietas no son inocuas
Todos estos cambios que experimentaron los participantes del Experimento Minnesota son comunes en las personas que padecen TCA. El inicio de una dieta influye a varios niveles: físico, cognitivo, emocional, social y sexual. Algunas de las personas que inician una dieta pueden, sin saberlo, estarse iniciando en un TCA. A los cambios mencionados hay que sumar los rasgos de vulnerabilidad genéticos, fisiológicos, personales, familiares y sociales que serán los que facilitarán el comienzo en un TCA.
Antes de cambiar tus hábitos alimentarios y adoptar un régimen imposible e insano, pide ayuda a un nutricionista experto, que te dará pautas para alimentarte de forma adecuada y saludable.
Si aún así sigues sufriendo por tu imagen, quizá el problema no esté en cómo eres sino en cómo te ves y valoras. Tal vez el apoyo que necesitas en psicológico y no solo nutricional.