Las emociones nos ponen en contacto con nosotros, nos ayudan a adaptarnos al medio: nos protegen, nos movilizan y nos calman. Sin embargo, a pesar de su utilidad, a veces nos desbordan o incomodan. En el siguiente post analizamos dos de las emociones que menos nos gusta experimentar: el miedo y la rabia
Sin embargo, las sentimos, por tanto, es más sano aceptarlas que negarlas, aprovechar la información que nos dan y aprender a manejarlas.
El miedo es una emoción universal. Se produce ante la percepción de una amenaza que puede ser física o emocional. Las situaciones u objetos que producen miedo pueden ser evolutivos, como el temor asociado a algunos animales. Estos miedos nos han ayudado a protegernos como especie y a mantenernos a salvo.
Evidentemente también existen otras vivencias susceptibles de generar miedo, no se puede decir que los mismos elementos u objetos producen el mismo temor en todos, dependerá de quien lo experimente, según sus experiencias o su interpretación de la realidad. El miedo es una sensación de angustia que está relacionada con la percepción de recursos propios para hacer frente a una situación. Favorecer los recursos de afrontamiento puede ser una gran ayuda para que el miedo descienda.
Además, el concepto social del miedo dificulta su aceptación y manejo posterior, desde este ángulo podemos reflexionar y desechar algunas ideas sobre el miedo que no favorecen su afrontamiento. Consideremos algunos:
El miedo es una señal, no un problema. Pero, socialmente en ocasiones se critica a quien lo siente, como si fuera algo vergonzoso. Pensar así no favorece su aceptación, si no su negación, algo que contribuye al bloqueo y no a la búsqueda de recursos. El miedo no significa ser cobarde (calificativo muy criticado socialmente). Tener miedo no significa identificarse con este sentimiento: tenemos miedo no somos el miedo.
Cada persona es mucho más que una emoción. Si se aprende a analizarlo así, el miedo se podrá considerar como una señal, no como un problema, y la persona se podrá centrar en buscar recursos. El miedo se vuelve disfuncional por las reacciones que genera (cuando es la causa para evitar afrontar una situación) y por otras emociones que hace que aparezcan, como la vergüenza y la impotencia.
La rabia se experimenta cuando hay un obstáculo que nos impide lograr lo que queremos. Es decir, se siente al sufrir frustración. Cuando aparece un obstáculo, que se percibe amenazante, el organismo segrega adrenalina y noradrenalina preparando a la persona para la “lucha” o la defensa. Esta emoción es adaptativa en situaciones de riesgo: proporciona al organismo una mayor fuerza física y rapidez de acción para conseguir una mejor defensa.
Sin embargo, no es útil para resolver un problema, por eso decimos que “es mejor no hablar o actuar en caliente”. En el momento en el que nos enfadamos frente a un problema, nuestra capacidad de organización y coordinación de las acciones, se ve mermada. Por eso, es mejor estar en calma para solucionar cuestiones que nos preocupan.
Cuando la intensidad de la ira cede, podremos valorar la frustración de forma diferente y, de este modo, actuar desde la serenidad y no desde el impulso defensivo. No es negar la rabia si no tomarla, al igual que el miedo, como una señal de que algo no nos ha gustado. Esta comunicación mente–emoción nos ayudará a frenar ese estado de enfado permanente que algunas personas experimentan cuando sienten que el mundo está en su contra o que los demás actúan con la única motivación de dañarles.
En nuestra sociedad, solemos considerar la ira como algo negativo. Esta interpretación de la emoción no nos ayuda a aceptarla y manejarla. Sin embargo, la rabia tiene una parte útil: es una sensación que nos indica que tenemos que reparar una situación que nos molesta.
Otra idea que no se corresponde con la realidad es que la manifestación de la ira es siempre descontrolada. Sin embargo, tiene grados y es posible aprender a graduarla. También existe la creencia errónea de que la ira debe reprimirse. Pero esta actitud no es sana, más bien favorece que las personas sean “ollas exprés” preparadas para saltar ante el mínimo contratiempo.
Lo más sano y beneficioso para afrontar estado de rabia es detectarla, descargarla (el ejercicio o dar gritos en el campo ayuda) y después canalizarla y expresarla, siempre con respeto hacia los demás.