Aunque el incremento de personas que los padecían aumentó a finales del pasado siglo, ya existían descripciones médicas anteriores. Fue Morton, un médico inglés del siglo XII (sí, hace casi mil años), quien describió por primera vez un cuadro de anorexia
La denominó consunción nerviosa, considerándola ya entonces como una afección física derivada de alteraciones nerviosas. Muchos siglos más tarde, a finales del XIX, los doctores Gull y Lasègue realizaron descripciones más precisas de este trastorno prácticamente de forma simultánea.
Es al primero a quien se debe el nombre de anorexia nerviosa, el cual destacó la necesidad de realizar un diagnóstico diferencial y la importancia de buscar causas en la vida de las personas que la padecían.
Lasègue describió el trastorno casi como lo conocemos en la actualidad, destacando que las medicinas destinadas a estimular el apetito no eran eficaces y señalando la necesidad de efectuar cambios en las relaciones familiares de los afectados para recuperarse.
El reconocimiento de la bulimia nerviosa como alteración es mucho más reciente, apareciendo las primeras referencias en la década de los años 50 del siglo XX. En la bulimia hay que distinguir claramente dos aspectos: por un lado está el comportamiento de ingesta incontrolada (del que aparecen datos en la historia que se remontan al siglo XVIII) y, por otro, las dietas restrictivas, el rechazo a ganar peso y las conductas de purga para el control del mismo.
En 1979, Rusell consideró la bulimia como una variante de la anorexia, debido a que un gran porcentaje de pacientes con bulimia tienen antecedentes de haber padecido anorexia nerviosa.
El trastorno no especificado de conducta alimentaria (TCANE) se corresponde con cuadros incompletos. Es decir, los afectados no sufren todos los síntomas o no al menos en la proporción determinada para ser incluidos dentro de un diagnóstico de anorexia o bulimia. Son los de mayor porcentaje en la población y también necesitan tratamiento.
El gran desconocido
El trastorno por atracón (TA) es quizá el menos conocido y se ha incluido recientemente (2013) dentro del Manual de Diagnóstico Estadístico de Enfermedades Mentales (DSM-V) de la Asociación Psiquiátrica Americana (APA). El diagnóstico de trastorno por atracón (TA) ha sido un tema controvertido debido a su similitud con los síntomas de la bulimia. El proceso de clasificación y diferenciación ha sido complejo.
En los años cincuenta del pasado siglo, el profesor Albert Stunkard observó que algunas personas que padecían obesidad, aunque querían solucionar su problema de peso, experimentaban atracones de comida de forma compulsiva. Tres décadas más tarde, en los años ochenta, fue cuando la investigación dio un paso más al concluir que algunas personas con obesidad tenían atracones pero no cumplían criterios de bulimia. A partir de entonces, se propuso el nombre de trastorno por atracón.
Las personas que sufren TA experimentan una menor preocupación por la figura, recurren menos a las dietas que las personas que padecen bulimia y no presentan conductas compensatorias: vómitos, abuso de laxantes y diuréticos, así como tampoco ayunos prolongados y ejercicio físico compulsivo.
Sin embargo, en relación con quienes solo sufren obesidad, las personas que padecen trastorno por atracón y obesidad experimentan mayor preocupación por el peso, mayores alteraciones de personalidad y peor calidad de vida.
La importancia del diagnóstico es necesaria para proporcionar un tratamiento adecuado y eliminar la crítica social : «tú no adelgazas por falta de voluntad». Sin embargo, no deberíamos olvidar nunca que la obesidad y el TA son enfermedades.
Los datos sobre el porcentaje de las personas afectadas por este trastorno no son claros. Lo que parece evidente y puedo comprobar con frecuencia en mi consulta es que sigue aumentando y que este asunto afecta ya a la salud pública. Es complicado conocer el número de personas que lo sufren debido a que muchas no se encuentran en tratamiento y otras pueden estar recibiendo ayuda por otros problemas psicológicos.
Por otra parte, reconocer el trastorno puede ser todavía en la actualidad un tema tabú o un motivo de vergüenza para el afectado. La Universidad Abierta Interamericana señala que el 54% de las mujeres podrán padecerlo en algún momento de su vida, de las cuales un 70% serán adolescentes. En lo referente a los hombres podría padecerlo un 38%. Son sin duda cifras a tener en cuenta.